Anonymous, Trump, la censura en las redes sociales. El caos de la era de la posverdad. ¿Qué rayos está pasando?

Vivimos en tiempos complicados. Ya nadie confía en nadie. La información es más propaganda que información. Al parecer, los hechos objetivos pasaron de moda. Se glorifica lo subjetivo como una señal de pureza. La opinión se forma con emociones y creencias personales. Ahora los grandes temas se debaten sobre la base de medias verdades, falacias, sentimientos, resentimientos y reproches. Las demás siempre son los culpables dentro de una gran teoría de conspiración. Y nosotros somos los héroes absolutos de nuestra propia narrativa. Todo es fake news. Todos nos engañan. No hay expertos ni autoridades dignas de confianza. Y nada es lo que parece. El sistema es el enemigo. Solo es verdad lo que confirma nuestras ideas. Ahora los sumos sacerdotes están en Youtube. ¡Bienvenido a la era de la posverdad! El individuo siempre tiene la razón y los demás son unos mentirosos. 

La costumbre de hablar sin saber no es algo nuevo. Desde que el mundo es mundo, siempre han existido personas que dicen disparates. Siempre ha existido ese personaje que se cree experto en todas las materias, pese a que carece de formación. No es raro toparse con los sabelotodos en este mundo. Me refiero al tipo de persona que ve un par de documentales en Discovery Channel y luego en la reunión del domingo discute con su amigo, el PhD en física nuclear.  Afirma, refuta y contradice sin pudor. Su amigo le explica, pero él sigue “aclarándole” las cosas a su amigo sobre un tema que obviamente no domina. 

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Sin embargo, en el fondo de su alma, el sujeto está convencido de que su amigo está profundamente equivocado y él es el que tiene la razón. De algún modo, la ignorancia lo hace más noble y mucho más sensible a describir los misterios del universo. Según él, su amigo ha sido sistemáticamente engañado y cegado por la burocracia universitaria. Entonces, el ignorante sabe y el conocedor, de hecho, es un ignorante. ¿Y cómo lo sabe? Lo siente. Siente que descubrió la verdad y despertó. El mundo lo engaña, pero él es lo suficientemente puro para desenmascarar la conspiración. Ahora ve todo con claridad impoluta. Lo aprendió en Youtube. En un fin de semana, descubrió las verdades de la galaxia. Ahora es un iluminado. 

Este es un fenómeno sumamente curioso. No se confía en nadie. Se duda de toda institución. Las universidades, la ciencia, los expertos, las autoridades gubernamentales, los entes privados y los medios son puestos en entredicho. Sin embargo, un sujeto sin credenciales desde la sala de su casa publica un video en las redes sociales y de pronto escuchamos. Aquí estamos ante un viejo cliché del romanticismo. La sociedad corrompe. Entonces, la verdad se encuentra entre los marginados. En la actualidad, eso significa que las ideas más radicales son las más “verdaderas”. Ejemplo, “La Tierra es plana”. “Bill Gates inventó en el coronavirus en un laboratorio”. “La reina en Isabel II es un extraterrestre reptiliano”. “Los Illuminatis controlan al mundo”.

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CNN publica algo y todo el mundo lo pone en duda, pero Anonymous publica algo y la gente lo cree. ¿Qué es Anonymous? Somos todos. Son nadie. Es más un símbolo que una organización. Bueno, Anonymous es una red de hackers que realizan activismo político mediante filtraciones de documentos y ataques cibernéticos. Utilizan la máscara de Guy Fawkes, una obvia referencia al comic V for Vendetta de Alan Moore. La cuestión es que Anonymous no es una organización formal con líder y estructura. Representa anonimato y cualquier puede usar ese nombre. ¿Es confiable? Cualquiera puede realizar un video, colocarse la máscara y filtrar información falsa. Esa información no se puede verificar, pero tampoco se puede desmontar. Todo se reduce a una cuestión de fe. Y en esta era posverdad, preferimos colocar nuestra fe en una máscara que en una institución tradicional. Confiamos en todo lo que desacredite a lo establecido. 

Lo irónico es que Donald Trump, el héroe por excelencia de la posverdad, por una extraña jugada del destino, se convirtió en el Presidente de los Estados Unidos. Entonces, la verdad es simplemente su último tuit. El sujeto a la cabeza del sistema y es el que conduce la retórica antisistema, transformando lo cotidiano en un caos permanente. Ahora la subjetividad es oficial. ¿Se acuerdan del sujeto que discutía con su amigo, el físico nuclear? Bueno, ahora es el presidente del país más poderoso del mundo y la discusión está en las redes sociales.  

He ahí otro enredo en este caos de la posverdad. Las redes sociales no son responsables por el contenido que publican sus usuarios. Sin embargo, son presionadas directa e indirectamente, por las autoridades y por el público. Entonces, sí censuran. Obviamente tienen el poder de censurar, restringir, editar, y alterar los contenidos. Y lo hacen. Sobre todo, para evitar el “odio”. Eso no es malo per se. El problema es lo ambiguo del concepto. ¿Qué es el odio? ¿Toda negatividad es odio? ¿Criticar es odio?  ¿Dónde queda el debate? ¿Y la libre expresión? 

Facebook elimina muchísimo contenido todos los días. Ellos aseguran que son discursos de “odio”. Lo hacen principalmente con algoritmos e inteligencia artificial. Sin embargo, son especialmente torpes en eso. Un chiste subido de tono entre amigos puede ser eliminado, pero el discurso completo de una organización de supremacía racial se publica. En la práctica, la situación es realmente absurda. Por ejemplo. La trasmisión en vivo de Cointelegraph de la fiesta del halving fue bloqueada por Youtube por ser considerada como contenido “perjudicial”. ¡Por favor! Sin embargo, sí se permiten videos muchos más perjudiciales que unos bitcoiners hablando del halving.

Y aquí debemos hablar un poco más de Donald Trump. Twitter asegura que ha incumplido con las reglas de la plataforma relativas a glorificar la violencia. No borró su tuit, pero realizó el comentario sobre el incumplimiento. También menciona cuando Trump publica algo que contradice a la evidencia (cosa que ocurre con frecuencia). La presión cayó en Facebook que sí publica sin tapujos todo lo que publica Trump.  De hecho, el asunto es realmente paradójico. Lo oficial es falso. Los hechos se ignoran. Los medios formales y profesionales como Cointelegraph se bloquean, pero el idiota sabelotodo sí puede publicar sus teorías de conspiración sin reservas. Un chiste entre amigos se borra. Pero mentiras sobre el coronavirus no. ¿Qué locura es esta? 

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La comunidad cripto también es víctima de la posverdad. Nuestra verdad está por encima de todo. Cualquiera ve un documental sobre Bitcoin en Youtube y se siente con la autoridad que discutir con cualquier Nobel de economía. En el imaginario cripto, los bancos privados, los bancos centrales, los gobiernos y las corporaciones son unos idiotas. Todo es parte de una malvada conspiración. Pero se glorifica al influencer (sin formación) que desde el sofá de su casa conoce todos los misterios del universo. Y solucionará todos los males económicos del mundo de modo rápido y sencillo. “Bitcoin fix that” (Bitcoin arregla esto). 

Me temo que el mundo es más complicado que esto. Pero no en el oscurantismo de la era posverdad. La conspiración es hoy lo que la superstición era en el pasado. Los culpables ya no son las brujas. Los culpables son las fuerzas ocultas que operan tras batidores para controlar a las masas oprimidas: “el sistema”. Los influencers son el nuevo clero y la teoría de la conspiración es la nueva fe incuestionable. Todo detractor es un hereje y un lacayo del obtuso y malvado sistema.