El riesgo como negocio: El origen de los seguros

Ahorrar para el futuro es el impulso financiero más elemental, porque el futuro es incierto. No sabemos qué nos deparará el mañana, ni si podremos hacer frente a los imprevistos que puedan surgir. El mundo está lleno de peligros y sorpresas, y no siempre son agradables. A veces, se trata de catástrofes naturales, accidentes, enfermedades o conflictos que nos afectan sin que podamos evitarlos. Otras veces, se trata de decisiones equivocadas, errores o malas inversiones que nos perjudican. Y otras veces, solo se trata de estar en el lugar y el momento equivocados. O sea, ser víctimas de la mala suerte. Por eso, todos podemos sufrir alguna vez las consecuencias de un futuro incierto. Por eso, es importante tomar previsiones que nos protejan de los riesgos y nos permitan afrontar los desafíos con más tranquilidad.

El riesgo es básicamente un asunto de incertidumbre. Y la incertidumbre es una fuente constante de ansiedad. Por esta razón, la solución más sensata es cubrir los riesgos con pensamiento estratégico. Es decir, tenemos un plan A. Pero en caso de que el plan A falle, que puede pasar, no nos quedamos con las manos vacías. Tenemos ya listo el plan B. Y si el plan B también falla, pues tenemos el plan C. Y así sucesivamente. Así nos sentimos más seguros y tranquilos. Y podemos afrontar mejor los imprevistos y los problemas. Porque el riesgo siempre va a existir, pero podemos reducirlo y gestionarlo.

Hay gente que cree que todo va a salir bien siempre. Son los fanáticos y los ingenuos, que se creen optimistas, pero en realidad son ilusos. Ellos piensan que planificar para lo malo es una forma de pesimismo o falta de fe. Que si enviamos vibras positivas al universo, este siempre nos devolverá vibras positivas. Pero esto, por supuesto, es una gran irresponsabilidad. Es algo irrealista, infantil y poco serio. Los riesgos del futuro hay que afrontarlos, no negarlos. Porque el universo no es un amigo que nos cuida y nos mima. Es un lugar lleno de sorpresas y desafíos. Y si no estamos preparados para ellos, podemos sufrir por nuestra idiotez. Por eso, lo más inteligente es ser realistas y prudentes. Y tener planes alternativos por si acaso. Así podremos disfrutar más de lo bueno y superar mejor lo malo.

El seguro fue inventado para hacer frente no solo a las altas y bajas de los mercados financieros, sino también a las de la vida. Como no podemos saber el futuro, ya sea bueno o malo, el seguro es una forma de ayudar a amortiguar las cosas malas que nos pasan. Pero el seguro no es solo una cuestión de dinero, sino también de confianza. El seguro se basa en la idea de que podemos compartir los riesgos con otras personas que están dispuestas a pagar una prima a cambio de una compensación en caso de que ocurra un evento desfavorable. 

El seguro implica un contrato entre el asegurado y el asegurador, que se comprometen a cumplir unas condiciones y a actuar de buena fe. El seguro también requiere una estimación del riesgo, es decir, la probabilidad y el impacto de que ocurra un evento adverso. El seguro es, en definitiva, una forma de gestionar la incertidumbre y de reducir la ansiedad que nos produce el futuro.

El huracán Katrina, por ejemplo, azotó Nueva Orleans y sus alrededores en 2005. Casi el 75% del parque de viviendas de la ciudad resultó dañado y las reclamaciones de seguros ascendieron a más de 41 mil millones de dólares, “convirtiendo a Katrina en la catástrofe más costosa de la historia moderna de Estados Unidos”. El huracán también demostró los límites del seguro privado, ya que muchos propietarios se enfrentaron a una lucha para cobrar los daños. Por ejemplo, si una casa estaba cubierta por un seguro contra daños causados por el viento, pero no por inundaciones, algunas compañías determinaron falsamente que estos últimos habían causado el daño para evitar pagar algunas pólizas. Sin embargo, el gobierno federal aún se hizo cargo de los que se quedaron sin cobertura de seguro.

El seguro se originó en la antigua Mesopotamia, donde los comerciantes pagaban una prima para protegerse contra la pérdida de sus mercancías por robo o naufragio. Más tarde, los romanos inventaron las asociaciones funerarias, que pagaban los gastos funerarios y proporcionaban apoyo a las viudas y huérfanos de sus miembros. En la Edad Media, las cofradías religiosas ofrecían beneficios similares a sus fieles.

Sin embargo, el seguro moderno surgió en el siglo XVII en Londres, donde un grupo de comerciantes se reunía en el café de Edward Lloyd para intercambiar información y compartir riesgos. Así nació Lloyd’s of London, una de las instituciones aseguradoras más famosas del mundo. Lloyd’s se hizo cargo del seguro marítimo y enfrentó a grandes desafíos como el hundimiento del Titanic o los ataques terroristas del 11-S.

El pionero del seguro de vida, que se basa en el cálculo de la probabilidad de muerte según la edad, el sexo y otros factores, fue un sujeto llamado John Graunt, que publicó en 1662 unas tablas de mortalidad basadas en los registros parroquiales de Londres. A partir de ahí, surgieron compañías como Equitable Life o Prudential, que ofrecían pólizas a cambio de primas regulares. El seguro de vida se convirtió en un negocio lucrativo y también en una forma de inversión y ahorro para muchas personas.

El seguro es una forma de gestionar el riesgo, pero no de eliminarlo. El riesgo siempre está presente en la vida y en las finanzas, y debemos estar preparados para afrontarlo con prudencia y responsabilidad. Sin embargo, no podemos confiar ciegamente en el seguro como una garantía de que nada malo nos pasará, ni tampoco podemos ignorar los riesgos que asumimos al contratar un seguro.

Debemos ser conscientes de las condiciones, las coberturas y las exclusiones de las pólizas que contratamos, y también de los costes y los beneficios que implican. Debemos comparar las distintas opciones que nos ofrece el mercado y elegir la que mejor se adapte a nuestras necesidades y expectativas. Y debemos actuar con honestidad y transparencia, tanto con el asegurador como con el asegurado, para evitar conflictos o reclamaciones.

El seguro es una herramienta útil para protegernos del riesgo, pero no es una varita mágica que nos libre de él. No esperes que el seguro te salve de un meteorito, de un ataque de zombies o de una suegra malvada. El seguro tiene sus límites y sus letras pequeñas, y no siempre te cubre lo que tú crees. Así que no te confíes demasiado y ten cuidado con lo que haces. El seguro es tu amigo, pero no tu ángel de la guarda.

 Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.

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