¿Qué le depara a la economía mundial en el 2023?

El futuro no es fácil de predecir. Claro que es factible hacer algunos pronósticos generales para tomar decisiones hoy. Sin embargo, no es muy sensato hablar del futuro con demasiada seguridad. Cuando hablamos del futuro en el contexto económico y financiero, hay que tener en cuenta que se trata de un ejercicio de expectativas y probabilidades. No hay que leer en mala fe, porque quien se predispone con mala fe encuentra defectos hasta en el paraíso. 

La gran pregunta: ¿Los bancos centrales, en su lucha contra la inflación, causarán una recesión? Aquí debemos recordar la situación de elevada inflación, desaceleración económica y tensiones geopolíticas. Muchas cosas pueden salir mal. Y, cuando muchas cosas pueden salir, por lo general, algo sale mal. La complejidad de nuestra situación ha creado un ambiente de volatilidad e incertidumbre para los mercados. Lo que obliga a los inversores a actuar con mucha cautela.

El 2022 nos sorprendió. Se esperaba un año de recuperación. Pero llegó la guerra. Y, con la guerra, también llegó una mayor inestabilidad en los precios de los alimentos y materias primas. Lo que añadió mayor complejidad a una situación macroeconómica ya bastante complicada. Hoy pensamos en el 2023 con la información que tenemos hoy. Nuestras suposiciones no incluyen eventos inesperados. Pero no sería muy racional asumir que no habrá eventos inesperados.

Las expectativas en torno al 2022 estaban (relativamente) claras. Sin embargo, fue un año de reverses y sorpresas. Ahora nos toca pensar en el 2023. Lo que vemos es volatilidad e incertidumbre. Nos guste o no, los mercados esperan una recesión para el segundo semestre del año.

La gran incertidumbre es el comportamiento de la inflación. La política monetaria de la Reserva Federal de los Estados Unidos y los demás bancos centrales reacciona a los datos de inflación. Pero la inflación depende de muchos factores. Se trata de un fenómeno multifactorial. Y muchos de estos factores no dependen de la política monetaria. La fragilidad de las cadenas de producción y distribución a nivel global es evidente. Hay una crisis logística. Cierto. Pero también tenemos al factor geopolítico. La OPEP+, por ejemplo, puede recortar la producción de petróleo en cualquier momento. Y otro conflicto bélico podría agravar la situación. ¿Qué pasará en China? ¿Cuál será la próxima empresa en bancarota? ¿Cómo responderá el aparato global? Los bancos centrales no pueden hacer nada en estos casos.

Debido a una combinación de factores, la inflación puede seguir aumentando. Y eso obligará a las autoridades monetarias a seguir incrementando los costos del crédito para contrarrestar las presiones inflacionarias, causadas por las fallas del suministro, con una reducción de la demanda vía política monetaria. ¿Cuál será la intensidad de esas presiones? No lo sabemos. He ahí el origen de tanta incertidumbre. Se espera que las tasas se ubiquen cerca del 5% durante los próximos meses. Y, luego, un pausa. Pero, de nuevo, todo dependerá de los datos de inflación. Si la inflación no cae de manera significativa durante este lapso, la Reserva se verá en la obligación de proceder con mayor agresividad. En consecuencia, el riesgo de recesión aumenta dramáticamente. 

Durante el 2023, comenzaremos a sentir con mayor fuerza el impacto de las restricciones monetarias. Se espera que esto implique la moderación de la inflación. Pero también debemos recordar que una disminución del crecimiento económico es inevitable. Y eso significa menos ingresos, más desempleo y menores valoraciones.

Los aumentos de los salarios en los Estados Unidos en un contexto de menor producción generan presiones inflacionarias. Un mercado laboral sobrecalentado en este momento es más un dolor de cabeza que un triunfo. En este caso, buenas noticias son malas noticias. Porque la economía no tiene la capacidad de soportar esa demanda adicional. Esta situación, lamentablemente, complica el trabajo de la Reserva Federal.

Según BlackRock Investment en su –global investment outlook for 2023-, “La Gran Moderación, el período de cuatro décadas de actividad e inflación mayormente estables, ha quedado atrás. El nuevo régimen de mayor volatilidad macro y de mercado se está gestando. Se pronostica una recesión; los bancos centrales están en camino de endurecer demasiado la política en su intento de controlar la inflación”. ¿Será posible reducir la inflación a 2% sin causar una recesión? La historia nos ha demostrado que ese no es el escenario más probable.

Según el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF), el PIB mundial crecerá solo un 1,2 % el próximo año, niveles no vistos desde la Gran Recesión. Y los inversores están sopesando esas expectativas en sus valoraciones de hoy. O, dicho de otro modo, hay bastante pesimismo en el ambiente. Con Europa en recesión, China en desaceleración y los principales bancos centrales poniéndole un fin al dinero barato, el panorama no es muy alcista.

Muchos contrarios en esta situación interpretan este pesimismo como una señal de compra. Pero aquí hay que tener mucho cuidado. El contrario ingenuo asume automáticamente que todo pesimismo es señal de compra. Esto es obviamente una exageración y un abuso de la filosofía. El pesimismo irracional sí es una señal de compra. Un pesimismo (liberalizado por los minoristas) que contradice los fundamentales, ciertamente, se puede convertir en una gran oportunidad. No podemos decir lo mismo por un pesimismo racional causado por un cambio radical de condiciones macroeconómicas. Ante un cambio de paradigma, todas las valoraciones deben ajustarse. ¡Ojo!

¿Cuál será el nivel del S&P 500 en 12 meses? ¿Cuál será la valoración de las tecnológicas (big tech)? ¿Cómo estarán los bienes raíces? ¿Cuál será el precio del petróleo? ¿Cuál será el precio de Bitcoin? No es muy sensato hablar de lo que pasará. Pero sí podemos hablar de lo que los demás, en este momento, piensan que pasará.

Para nadie es un secreto que, en este momento, entre los banqueros y las grandes instituciones, el sentimiento es bajista. En relación al precio del petróleo, el sentimiento sí es alcista. Pero, en lo que se refiere a los activos de riesgo como Bitcoin, el consenso (en Wall Street) se inclina a pensar que el fondo aún no ha llegado.

Todo pronóstico se basa en la teoría de la probabilidad. En otras palabras, un pronóstico no es una certeza. No hay que entender un pronóstico de modo literal. No es una profecía. No es un decreto. ¿Qué hacer con un pronóstico? Se utilizan los pronósticos para hacer valoraciones. Si las proyecciones indican un incremento de la demanda en el futuro, tomaremos una postura alcista. De lo contrario, tomamos una postura bajista. Pero los pronósticos no son absolutos. Entonces, las mejores estrategias normalmente son las mixtas. Es decir, nos preparamos para lo probable y, al mismo tiempo, nos preparamos para lo improbable.

Ahora se podría decir que la posibilidad de una recesión para el segundo semestre del año se ubica en el 60%. Podemos establecer esta suposición. Pero 60% no es 100%. Lo que implica que lo más sensato es diseñar una estrategia que nos proteja durante los distintos escenarios. Esto significa gestión de riesgo. Cautela, pero sin paranoia. Prudencia, pero sin miedo. Estabilidad, pero con algo de exposición.  

Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.

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