¿Por qué El Salvador tiene problemas con sus acreedores? ¿Todavía puede ser el “Singapur de Latina América”?

Bukele y sus grandes anuncios. La “Ciudad Bitcoin”. “Bitcoin como moneda de curso legal”. Los titulares, los aplausos del público, y el apoyo de la comunidad Bitcoin. Se trata de un Elon Musk de la política latinoamericana. Joven, carismático, irreverente, y sumamente mediático. Sin lugar a dudas, la movida ha sido un gran logro publicitario. En las redes sociales, nos entramos con puros elogios hacia el líder por su paso heroico. Definitivamente, aún estamos en la etapa de luna de miel. Ahora bien, ¿qué dicen los acreedores sobre el “Singapur de Latino América”? 

Los titulares ya los conocemos. Sería una pérdida de tiempo escribir un artículo que simplemente haga eco de lo que se dice en criptotwitter. La idea aquí es ponerse en los zapatos del otro. En los zapatos de los acreedores e inversores. Supongamos que somos acreedores de El Salvador. Tenemos un capital. Y se lo damos a El Salvador de Bukele. ¿Inspira confianza? La encargada de negocios de EE.UU. anunció que abandonará El Salvador muy pronto debido a la falta de interés por parte del Gobierno de Bukele. Al parecer, las relaciones bilaterales van de mal en peor. ¿Puede El Salvador ser el “Singapur de Latina América” sin el capital gringo? 

¿El joven libertario que escribe cosas en Twitter a favor de Bukele podrá compensar por la desconfianza de los grandes capitales? Es virtualmente imposible convertirse en una potencia financiera sin el apoyo de los capitales estadounidenses, europeos y asiáticos. Y me temo que esos capitales están muy atentos de las opiniones de sus reguladores. Esto, por supuesto, incluye las opiniones de organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Países como El Salvador dependen de estos organismos para financiarse, porque el sector privado no está dispuesto a asumir ese riesgo. El riesgo de impago es demasiado alto. Estamos hablando de países con poca institucionalidad, alta corrupción, inestabilidad económica, e inestabilidad política. 

La popularidad de Bukele en El Salvador es incuestionable. Tiene el apoyo de la gente. Y tiene el apoyo de las instituciones. El hombre cuenta con el control. Es decir, puede aprobar leyes en un dos por tres. Toma el micrófono, hace un gran mitin, y el pueblo aplaude con euforia. Pero ese estilo de “hombre fuerte y querido” que tanto enamora a los latinoamericanos es precisamente lo que no genera confianza ante los ojos de los inversores internacionales. Supongamos que en unos años El Salvador entra en una gran crisis económica. Es perfectamente posible que la sangre caribeña hiciera su efecto y el Gobierno se rehusé a pagar sus compromisos denunciando una explotación sistemática por parte de las fuerzas del Imperio. Pobre pueblo de El Salvador. ¡Abajo el Imperio! No pagamos la deuda. Es justicia social. ¡Ouch!

Los defensores de Bukele podrían decir que todo esto es parte de una campaña para desprestigiar al presidente. En el fondo, Bukele es un mesías, repleto de bondad y buenas intenciones. Después de todo, no es un pecado querer ser libre y soberano. El problema es que ese cuento es muy viejo. Y la historia se ha repetido mil veces. En realidad, no es una conspiración contra el pueblo salvadoreño. Es sentido común. La gente que presta dinero quiere que le paguen su dinero. Si la persona que pide prestado no inspira confianza, el inversor está en su derecho de no hacer negocios con él. Así de sencillo. No es un problema político como tal. Es más un tema financiero. Todo el mundo le presta dinero a Arabia Saudita, por ejemplo. No es un tema de democracia, justicia social, o política. Son negocios.

Ahora supongamos que un amigo nuestro nos pide un préstamo para montar un negocio. Como colateral, nos representa sus tenencias en Bitcoin. En teoría, la idea no es mala. De hecho, ese sistema ya existe. Te prestan fiat y uno coloca cripto como colateral. Bajo ciertas condiciones, este sistema no implica ningún riesgo de impago para el acreedor, porque el acreedor retiene el colateral y lo puede liquidar en caso de ser necesario. Lamentablemente, el Fondo Monetario Internacional no ofrece este servicio. Supongo que es un asunto de escala, de volatilidad y de regulación. El oro suele ser el colateral preferido. Pero debemos recordar que el mercado de oro es un mercado mucho más maduro que el cripto. 

Es natural que un acreedor se preocupe por las prácticas de su deudor. En el caso de un país, la estabilidad monetaria es fundamental. Si la moneda baja demasiado, surge el peligro de un posible impago. Si la moneda sube demasiado, surge el problema de un pago prematuro. Un pago prematuro también puede ser dañino para el acreedor. Porque pierde dinero con un pago anticipado. Por otro lado, si una moneda sube demasiado, sufren las exportaciones. Y si baja demasiado, sufren las importaciones. Esas distorsiones dificultan la capacidad del Gobierno de percibir ingresos (impuestos). Por ende, surge el riesgo de incumplir con sus compromisos internacionales.

La deuda estadounidense es diferente, porque la deuda se hace en su propia moneda. Esto representa una ventaja enorme. Pero Estados Unidos se da ese lujo, precisamente porque puede. Tiene el mercado financiero para ello. Este no es el caso de la mayoría de los países latinoamericanos. Por obligación, estos países tienen que asumir deuda es una moneda ajena. Aquí el tipo de cambio es fundamental. La estabilidad monetaria es importantísima en el caso de un financiamiento en una moneda ajena. 

El Salvador cuenta con Bitcoin, uno de los activos más volátiles en existencia, como moneda curso legal. Adicionalmente, pretende emitir bonos respaldados por Bitcoin para construir una ciudad. Quiere financiamiento de los organismos internacionales, pero con una retórica “antiimperialista”. El “hombre fuerte” de El Salvador hace lo que quiere en su país. Y tiene el apoyo de la mayoría. ¡Por fin, un político bueno! El problema es que los acreedores no quieren hombres buenos en el poder. Prefieren países buena paga con instituciones fuertes. No un gobierno de turno popular. Estamos hablando de, al menos, 10 años, 20 años, o 30 años de predictibilidad. 

En lo personal, no compraría un bono salvadoreño. Prefiero comprar Bitcoin directamente. Bukele es popular hoy. Pero ¿en 10 años? He escuchado sus discursos. Honestamente, parece el tipo de hombre que no le temblaría el pulso a la hora de no pagar sus deudas. Bastaría citar un par de veces el Imperio y ya. ¿Y mi dinero? Adiós, paloma. Todo en nombre de la soberanía de El Salvador. Ciertamente, El Salvador es libre y soberano. Pero los inversores también son libres y soberanos para escoger donde colocan su capital. ¿Qué opinan Wall Street, Londres, Hong Kong, Tokio, y Berlín de invertir en El Salvador? Dejo la pregunta en el aire.